Un relato de dos saqueos

Las posturas políticas relacionadas con la “crisis” del límite de la deuda fueron más que nada una distracción del enfoque en los asuntos de mayor envergadura. El más fuerte de esos — que subyace la caída económica en Estados Unidos— sigue reapareciendo para mostrar los costos, el dolor y la injusticia que amenazan con disolver a la sociedad. Sus causas — dos largas tendencias por los pasados 30 años— también ayudan a explicar los fracasos políticos que agravan aún más los costos sociales de la caída económica.

La primera tendencia es el ataque a los trabajos, salarios y beneficios y la segunda tendencia es el ataque sobre el presupuesto del gobierno federal. La primera tendencia facilita que se concrete la segunda. Una economía capitalista que sufre de altas tasas de desempleo, con todos sus costos y consecuencias, moldea unas acciones políticas raras y desconectadas. Los dos partidos principales ignoran el desempleo y el sistema que sigue reproduciéndolo. Mientras tanto, discuten sobre cuanto debe ser el recorte de los programas sociales mientras que están deacuerdo tales recortes son la mejor manera de arreglar el fracturado presupuesto del gobierno.

La primera tendencia equivale a un saqueo de la clase trabajadora norteamericana (los medios noticiosos suavizan esta realidad cuando hablan de la “desaparición de la clase media”). Desde la década de los 70, los salarios reales han estado estancados o cayendo mientras que la productividad por trabajador ha aumentado de manera constante. Lo que los que emplean le dan a los trabajadores (salarios) ha sido lo mismo, mientras lo que los trabajadores le producen a los que los emplean (ganancias) ha aumentado. Los trabajadores y sus familias respondieron trabajando más horas y tomando dinero prestado más que nunca para accesar y mantener “el sueño americano”. Para el 2007 esos trabajadores y sus familias estaban físicamente cansados, emocionalmente tensos y sufriendo una ansiedad profunda sobre las deudas que sus estancados salarios no podían pagar. Cuando el sistema colapsó, un efervescente desempleo combinado con recortes en salarios y beneficios y cesantías de hogares hicieron que la situación fuese peor para la mayor parte de los norteamericanos.

La segunda tendencia fue el saqueo del gobierno. Esto sucedió porque una clase trabajadora cansada y bajo mucha tensión le dio la espalda a la participación y el interés en la política luego de los 70. Mientras estos sucedía, la clase capitalista utilizó las ganancias que los salarios estancados y los aumentos en productividad crearon para comprar políticos, partidos y políticas públicas. Como nunca antes, vimos a los negocios, empresas y altos ejecutivos agarrar las palancas del poder político logrando así que el gobierno sirviera sus intereses. Comenzando con la década de los 80, Washington bajó los impuestos a compañías, dereguló las actividades de los negocios, recortó impuestos a los ingresos de los ejecutivos corporativos, aumentó el gasto de los complejos militar-industrial y médico-asegurador, proveyó más oportunidades y libertad para la especulación financiera, y otras cosas más. Para lograr distraer la atención del reconocimiento, debate y oposición a estos cambios políticos, también hubo gastos en programas sociales y de apoyo.

Washington entonces termina con menos recaudos por impuesto (especialmente de corporaciones y los individuos más ricos) mientras gasta más en defensa, apoyo a las empresas y programas sociales. Mientras esta diferencia entre recaudos y gastos aumentó, Washington tomaba más y más prestado. Aumentos en los déficits anuales se sumaban a la deuda nacional. Cuando el sistema capitalista privado colapsó en el 2007, las corporaciones y los ricos se aseguraron de que el gobierno gastara grandes sumas para rescatar a los bancos, compañías de seguro, y grandes corporaciones y a su vez revivir los mercados bursátiles. El déficit y las deudas gubernamentales aumentaron siguiendo el paso de tales acciones.

Los ricos y las empresas hicieron trillones de ambas tendencias. Al mantener los salarios de los trabajadores estancados, las ganancias aumentaron al ser las compañías que los empleaban las que se apropiaban del fruto de los aumentos registrados en productividad. Las corporaciones y los ricos se beneficieron aún más al lograr que Washington bajara las tasas impositivas que les aplicaban. Entonces es que vienen y le prestan con interés al gobierno lo que ya no tenían que pagarle en impuestos. Y es que el gobierno necesitó tomar prestado precisamente porque le había parado de cobrarle impuestos a las corporaciones y los ricos a las tasas de las décadas de los 40, 50 y 60. Las empresas y el sector acaudalado felizmente financearon un sistema político que convirtió sus obligaciones en impuestos en unos préstamos seguros y bien remunerados al gobierno.

El saqueo de la clase trabajadora y el estado aumentó la diferencia entre los ricos y los pobres en Estados Unidos en comparación a lo que fue hace un siglo. Ahora las corporaciones y los ricos quieren que el estado, cuyo presupuesto saquearon, recorte las ayudas y servicios sociales para la clase trabajadora cuyos salarios y productividad también saquearon.

Los republicanos gritan “guerra de clases” a los que apoyan un regreso a las tasas impositivas de las ganancias corporativas que aplicaban en la década del 40 y las tasas impositivas de los 50 y 60 a los individuos con altos ingresos. Ambas tasas eran considerablemente superiores a las de hoy. La “guerra de clases” describe mejor a las acciones del gobierno desde la década del 70 al presente.

A pesar de este doble saqueo del estado y la clase trabajadora, muchas víctimas del mismo enfocan su enojo al gobierno en vez de a aquellos que lo controlan. Los millones que perdieron sus empleos en el sector capitalista privado, o que vieron sus salarios y beneficios reducirse, culpan al gobierno y no a a los que los emplearon. Millones que vieron sus hogares cesanteados por bancos capitalistas privados también culpan al gobierno. Quieren que el gobierno sea castigado, achicado y puesto más débil y están desesperados para evitar que se les apliquen más impuestos. Los republicanos prometen todo eso. Aquellos que le tienen miedo a que un gobierno pequeño y sin recursos haga aún menos por ellos, escuchan a los demócratas prometer que vana recortar menos que los republicanos. Esto es una política desconectada de las realidades económicas (por ejemplo, el alto desempleo) y distorsionada en una contienda entre más o menos recortes gubernamentales impuestos sobre una clase trabajadora que se tambalea y sufre con la crisis.

Ninguno de los dos partidos se atreve a elevar los impuestos a las corporaciones y ricos a los niveles donde estaban. Ninguno de los dos partidos se atreve a abogar por la contratación de los desempleados por el gobierno para reconstruir a los Estados Unidos, donde esos trabajadores públicos gastarían sus salarios en el pago de sus hipotecas (así reviviendo ese sector) y así estimulando la economía desde abajo. Sobre todo lo anterior, ninguno de los dos partidos se atreve a admitir que mientras la producción esté en las manos de un pequeño grupo de accionistas ricos y de juntas de directores corporativas, el sistema seguirá siendo saqueado.

¿Puede los Estados Unidos desempeñarse mejor que como lo hace bajo este sistema capitalista? Necesitamos debatir de manera honesta y decidir cómo podemos desempeñarnos mejor. Debimos tener el valor de encaminarnos en este debate hace 50 años. La guerra fría — y las prioridades de los ricos y las corporaciones —previnieron eso. Necesitamos organizaciones políticas que mobilicen a las personas para exigir y participar en ese debate de manera teórica y en la prácticade la lucha política.

 

Únete al movimiento con Democracy at Work: democracyatwork.info/esp


Traducción: Ian J. Seda-Irizarry

 

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