La política económica de Obama/Trump

This article originally appeared at Counterpunch.org.  The Spanish version can be found at sinpermiso.info

El capitalismo estadounidense vuelve a precipitarse a un callejón sin salida. Ya se había estrellado en la Gran Depresión, desde 1929 hasta 1933, antes de sacudirse con el New Deal. Después de 1945 se concentró en hacer retroceder el New Deal hasta convertirse bruscamente al neoliberalismo y al "globalismo" en la década de 1970. Esto proporcionó la reconfortante ilusión de unas décadas de "próspera normalidad". Cuando en 2008 ocurrió el segundo gran derrumbe en 75 años se puso de manifiesto la realidad deudo-dependiente de esas décadas. Que además llevó al capitalismo a una nueva depresión seguida por un devastador régimen de austeridad. El derrumbe económico provocó el político: su centro sistémico no pudo sostenerse.

Entre los principales círculos capitalistas surgió de inmediato el temor de que el derrumbe de 2008 pudiera hacer revivir la coalición de sindicatos (CIO) de 1930 y a los partidos socialistas y comunistas que habían forzado desde abajo el New Deal.  Cierto, las sostenidas persecuciones post-1945 a comunistas y socialistas, junto a los persistentes ataques a los sindicatos habían destruido la coalición del New Deal, pero nadie podía estar seguro de que estas no volviesen a materializarse a partir de las nuevas generaciones. Lo que hubiera podido y pudo prevenir esto fue introducir a Barack Obama en la presidencia. Él era la quintaesencia demócrata, urbana, contrapeso a Bush y al partido republicano que él presidía cuando la crisis explotó.  Hillary Clinton podría haber hecho ese trabajo, pero el apoyo entusiasta de Bill Clinton a todo lo que había sucedido en 2008 dejó el puesto libre para Obama.

Y Obama hizo todo lo necesario. Una estricta aplicación de la economía del Trickle-down, del goteo hacia abajo, fue la manera en que su gobierno lidió con la crisis entre 2008 y 2009. No se discutió nada ni remotamente parecido al aumento de impuestos a los más ricos para financiar políticas dirigidas a los pobres y a las clases medias como las del New Deal, ni mucho menos se adoptó ninguna política similar. En los años 30 Roosvelt generó millones de empleos públicos federales. En cambio, el profundo problema de desempleo de los años 2008-09 no implicó ninguna consideración ni ningún debate serio sobre la necesidad de generar empleo federal por parte de la casa blanca o el congreso.

Dadas las condiciones del capitalismo global en el nuevo siglo, una política de trickle down para los años posteriores al 2008 en EEUU significó una recuperación lenta y que dejaba fuera a millones de personas. Lo que quiso decir un empeoramiento de las crecientes desigualdades de ingresos y riqueza que eran las que habían ayudado a provocar el desastre. Obama en la casa blanca pudo temporalmente calmar y desviar la creciente ira y el resentimiento. Sus palabras y sus gestos simbólicos pudieron eficazmente frenar la movilización de muchos sindicatos, estudiantes, demócratas blancos y afroamericanos contra las políticas económicas que estaba tomando su gobierno. Y cuando surgió una oposición real durante 2011 la ahogó (como hizo con el desalojo coordinado a nivel nacional de las acampadas de del movimiento Occupy Wall Street)

Sin embargo, el poder había pagado un alto precio por la paz social que había adquirido durante el gobierno de Obama: los sectores de la clase obrera blanca más derechizada y de la población más conservadora rechazada durante la administración Obama. El crack de 2008 también les había golpeado a ellos. La recuperación del trickle down también les dejaba atrás. Profundamente necesitados de ayuda, se resienten frente a los “otros” que parecían haber capturado al gobierno que debía estar ayudándoles exclusivamente a ellos. De hecho, esos “otros” incluían a quienes siempre habían temido y/o odiado: la mayor parte del establishment de los viejos partidos en coalición con los no-blancos y los liberales.

Amargamente, empezaron a sentir ofensas simbólicas, cambios en las políticas y lo que cada vez más percibían como un país que los abandonaba con unos ingresos más bajos, peores trabajos y con un estatus social peor del que creían tener en el pasado. Temerosos de culpar al capitalismo (y careciendo incluso de un vocabulario para pensar y articular esta culpa), asumieron una selección clásica de chivos expiatorios: México, China, Corea del Norte, inmigrantes, etnias e identidades sexuales minoritarias, judíos, mujeres y la insuficiencia de industrias nacionales. Cargaron contra los diferentes chivos expiatorios según su vulnerabilidad: mucho contra los inmigrantes, poco o nada contra China. Surgieron Trump, muchos políticos republicanos y organizaciones derechistas, que vieron y aprovecharon una oportunidad real para lo que ellos representaban. 

La preocupación compartida que animaba a los que se estaban congregando alrededor y debajo de Trump tomó forma de una premisa económica. El capitalismo estadounidense, creen, se encuentra en un nuevo momento (tal vez "post-neoliberal" o "post-globalizado" o "neo-nacionalista"). En este nuevo período las principales empresas, el 1% que se enriquece y el 10 % superior de los gerentes y profesionales que contratan, ya no nos proveerán al resto ni de cerca del número de trabajos bien pagados y políticas generosas del gobierno del período posterior al 1945.  Para ellos, dada esta realidad, se podría hipotéticamente reducir de manera más o menos generalizada el empleo, los salarios y los servicios públicos para el 90% restante de la población estadounidense.  Pero al menos en el corto plazo, esto es políticamente demasiado peligroso.

La única otra opción que ven es la de dividir el restante 90% en dos grupos. Para los elegidos, el trabajo, los ingresos y el nivel de vida solo se verían reducidos ligeramente o a lo mejor, si fuera posible, ligeramente aumentados. Para el otro grupo, la situación económica se reduciría drásticamente hasta condiciones similares a las partes subdesarrolladas del planeta. En los EEUU ha llegado el momento de una gran batalla – económica, política e ideológica- para saber quienes estarán en estos dos grupos. La violencia que se esconde detrás de esta lucha, surgida sólo de manera más directa y provocadora con el asesinato de la manifestante en Charlottsville, es el reflejo de lo que está en juego en la propagación de esta batalla.

Trump sigue alimentando la creciente ansiedad de grandes sectores de la población por el deterioro de sus condiciones.  Prometiendo además que estos van a convertirse en el grupo favorecido de ese restante 90%. Poniendo en juego la raza y las diferencias étnicas (o las regionales y educativas), se presenta como su paladín, el único líder que los va a proteger frente a la amenaza a largo plazo de la caída en la pobreza y la degradación. Ataca a Obama como el líder que (igual que a Clinton y los principales líderes demócratas) favoreció y protegió a los no blancos, a los liberales urbanos y a las élites costeras a expensas de los "indignados" de Trump.

Ni Trump ni Obama (ni nadie del establishment de sus partidos) pueden analizar los problemas económicos y los desafíos a los que se enfrentan como de naturaleza sistémica. Un capitalismo desorbitado y fuera de control no es algo que ellos vean en el pasado o en el presente. Por lo tanto ninguna noción de cambio de sistema va a entran nunca en sus discursos. No tuvieron éxito en expulsar la crítica sistémica del reino de lo posible para la masa de americanos (de ahí las recientes encuestas sobre el socialismo frente al capitalismo y el fenómeno de Bernie), pero sí de sus propias mentes. Y mientras tanto desvían la atención y la ira que pone en cuestión directamente el sistema, ¿Van a poder seguir haciéndolo?

El capitalismo estadounidense agotó el desvío de Obama para atravesar la mayor parte de la primera década después del crack de 2008. Y está rápidamente agotando el desvío de Trump. Los grupos sociales que habían sido mantenidos alejados de las críticas sistémicas por Obama se han vuelto notablemente más interesados en ello desde que salió de la casa blanca. Trump solo ha acelerado este proceso. Mientras tanto, los seguidores de Trump siguen esperando a la prometida protección frente deterioro, pero no aparece. Tienen mucho simbolismo pero poca sustancia. Él y ellos culpan a sus otros habituales, pero su frustración puede también acercarlos hacia críticas al sistema. Mientras tanto, esas críticas proliferan y maduran a lo largo de toda la sociedad. Fuera de control, el capitalismo estadounidense se preocupa por las desigualdades cada vez más profundas (económicas, políticas y culturales) que empeoran sus enfrentamientos y conflictos. Quien siembra vientos recoge tempestades.

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