El Redescubrimiento de Marx en la Crisis Capitalista

- Este artículo fue publicado originalmente en "Marx Today". -
 
Por: Richard Wolff 
 
El ascenso, caída y regreso de los análisis marxistas
 
Los análisis de tipo marxista están nuevamente resurgiendo en los diálogos públicos sobre la economía y la sociedad. Treinta años de lo que fue una exitosa agitación sistemática con cara anti-marxista ha ido poco a poco desvaneciéndose en el discurso político, de los medios de comunicación, la academia y demás espacios de discusión. Una nueva generación descubre y se esfuerza por comprender la riqueza de las diversas contribuciones de esta tradición.

Fueron las crisis capitalistas las que en parte contribuyeron con el desarrollo del pensamiento de Marx, el mismo que eventualmente fue abrazado por muchos a través de los últimos dos siglos. Esto es importante porque es otra crisis, esta vez comenzando en el año 2007, la que ha renovado el interés general por el marxismo.i Si bien la intensidad de la disfunción cíclica capitalista en sus recurrentes crisis motiva el interés por el marxismo, es este último el que hace del capitalismo el objeto de la crítica. Ahí radica una de las diferencias fundamentales con la economía keynesiana, cuyo objeto de estudio es la crisis, pero cuyo fin es moderar la misma para preservar al sistema.ii

 
En el siglo previo a la década de los 1970, las víctimas y críticos de las crisis capitalistas encontraron recursos teóricos y estratégicos en los trabajos de Marx y sus seguidores. Eso contribuyó a diseminar la tradición marxista de análisis social a través del mundo. La interacción con varios contextos sociales a través del tiempo llevó al desarrollo de múltiples y diferentes—y a veces opuestas— interpretaciones o versiones de la teoría social marxista.
 
Gracias a esto el marxismo acumuló diversos análisis críticos del capitalismo, varias posturas cuestionando las teorías que lo apoyaban, y complejas conexiones con toda una gama de organizaciones y movimientos políticos. También recogió y debatió las lecciones teóricas y prácticas adquiridas de las experiencias de los movimientos sociales inspirados en el mismo.
Aún en periodos cuando el dogmatismo promovió una sola interpretación (o “tendencia”) dentro del marxismo como interpretación “genuina”, y atacó y suprimió otras interpretaciones, las mismas sobrevivieron. Al mismo tiempo nuevas tendencias surgieron, y es que el marxismo continúa existiendo como un recurso diverso y enriquecido para activistas y teóricos que buscan un cambio social que vaya más allá del capitalismo.
 
Los defensores del capitalismo no se han quedado pasivos y han tratado por varias vías de aniquilar, reprimir, ignorar y marginalizar al marxismo y sus exponentes. Sus esfuerzos muchas veces han logrado decelerar o revertir temporeramente los avances que hizo la tradición en el siglo antes de la década de los setenta. Aunque de manera desigual, pero sí comprometida, la tradición marxista ha logrado incluir y participar en uniones de trabajadores, partidos políticos, periódicos, asociaciones académicas, institutos de investigación, y gobiernos locales, regionales, nacionales y organizaciones de carácter internacional. La misma también ha generado diferencias internas, debates y conflictos—algunos de los cuáles han sido violentos— dentro de sus tendencias constitutivas.
 
Sin embargo, la década de los setenta transformó las condiciones y posibilidades para el marxismo. Para ese entonces el capitalismo se había recuperado de manera significativa, tanto del daño a sus instituciones, como al de su apoyo público, causados por la Gran Depresión de los treinta y las Segunda Guerra Mundial. Los setenta presenciaron una intensos contra-ataques de parte de la comunidad empresarial y grupos conservadores en contra de los impuestos, reformas, regulaciones y demás intervenciones instauradas durante la depresión sobre las empresas capitalistas privadas y el 10% más rico de la población. Tanto ellos como el gobierno norteamericano, que cada vez controlaban más, demonizaron todo lo que tuviese que ver con el marxismo, en especial cuando Ronald Reagan llega a la presidencia estadounidense. Campañas muy bien financiadas se dedicaron a denunciar como marxistas, “anti-americanas”, dictatoriales, y contra-productivas a las intervenciones estatales, de uniones, o populares que habían puesto límites al capital privado. Las crecientes contradicciones del socialismo “realmente existente”, que oficialmente celebraba a Marx y al marxismo, facilitaron tales campañas. Marx, el marxismo, el socialismo, y el comunismo eran frecuentemente interpretados como sinónimos— fusiones promovidas tanto en los Estados Unidos como en la Unión Soviética, aunque por razones diferentes.
 
El periodo de las post-guerra presenció un capitalismo que celebraba su renovada fortaleza. En los Estados Unidos, las políticas del Nuevo Trato, que estaba bajo ataque y fue debilitado en el periodo de 1945 a 1970, fue en gran medida desmantelado, lo que contribuyó a una baja en la membresía y la influencia de las uniones. Esto fue acompañado con un aumento relativo de la oferta en el mercado laboral relativo a la demanda. Por estas y otras razones la experiencia de un siglo de aumentos en el salario real en los Estados Unidos terminó en la década de los 70.
 
La economía, la política y la cultura dieron un viraje a la derecha: se gestó un periodo neoliberal enfocado en los recortes en impuestos (especialmente para los patronos y los ciudadanos ricos), la privatización de los medios de producción y la desregulación de los mercados. Un individualismo reforzado terminó siendo orientado hacia la obtención de riqueza lo más rápido posible mientras denigraba los valores y esfuerzos sociales colectivos.
 
La década de los 70 también abrió nuevas oportunidades globales para la inversión por empresas capitalistas. Cambios tecnológicos dentro de las firmas (uso de computadoras), en el uso de transportación (aérea) y en las telecomunicaciones (internet) facilitaron la coordinación global dentro y entre corporaciones capitalistas. Los procesos de instalar, mantener y refinar esos cambios tecnológicos también se convirtieron en oportunidades inversión con alta rentabilidad. Más importante aún fue el combinar este capitalismo global con nuevas fuentes de trabajo relativamente barato localizado y proviniendo de lo que fue el 2do mundo y el actualmente llamado 3er mundo. En fin, cambios tecnológicos que contribuyeron a aumentar la productividad del trabajo se combinaron con condiciones en el mercado de la fuerza de trabajo para detener el aumento en salarios reales. Debido a estos factores, los excedentes y plusvalías capitalistas aumentaron, con los treinta años antes del año 2008 experimentando uno de los más importantes auges en rentabilidad en la historia del capitalismo (Wolff, 2010).
 
Como respuesta a todo lo anterior, los admiradores del sistema capitalista en los medios, las empresas, la política y la academia celebraron, mientras que los trabajadores, el socialismo y el marxismo se debilitaron y redujeron su esfera de influencia de manera desigual pero prácticamente por todo el mundo. Los apologetas del capitalismo insistían nuevamente que el capitalismo había “superado sus tendencias de crisis”. El presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, dijo a finales de los 90 que vivíamos en una “nueva economía”. Una vez se da la implosión de la URSS, los enemigos del marxismo cambiaron el enfoque de sus ataques. Antes de 1989 habían descrito a esa teoría como una errónea y malvada que había guiado una práctica errónea y de traición. Luego de 1989 trataron a la misma como una reliquia del pasado que ya no merecía atención seria alguna. El capitalismo había ganado la batalla en contra del socialismo. Con su “no hay alternativa al capitalismo” celebraba la primer ministro inglesa Margaret Thatcher al sistema, mientras los Estados Unidos de Reagan era su emblemática superpotencia.
 
Ayudados por la nueva razón anti-marxista, los medios de comunicación continuaron excluyendo los análisis marxistas de los nuevos eventos mientras que en la política y la academia evitaron que marxistas pudieran acceder a posiciones dentro de sus círculos, salvo algunas excepciones. Se decía que la historia había hecho de esa teoría y sus compromisos políticos una criatura anacrónica. El mundo había avanzado. Muchos marxistas modificaron sus posiciones o abandonaron plenamente al marxismo al no poder sostener sus ideas en este ambiente.
 
Una vez se dio el colapso de la “nueva economía” de Greenspan en el 2008 y se expuso nuevamente la inestabilidad inherente del sistema, Marx y el marxismo fueron nuevamente redescubiertos. La tradición marxista fue considerada útil para comprender las causas y costos de la crisis y las posibles soluciones alternativas al sistema. El resto de este escrito busca ilustrar esa relevancia.
 
Aquellos que confrontaban al marxismo por primera vez, al igual que muchos que ya estaban familiarizados con la tradición, eran atraídos y estaban sorprendidos con su riqueza y diversidad. Algunos se sentían tan incómodos con las múltiples tendencias que se enfocaron en una sola, como si la misma fuese el marxismo como tal e ignoraron otras tendencias dentro del mismo en lo que ha sido un problema recurrente de sectarismo teórico. Otros abrazaron la riqueza del marxismo y participaron en debates con otras tendencias internas. Apoyaron, extendieron y aplicaron una o varias de esas tendencias y debatieron el porqué de sus posiciones con otros representantes de interpretaciones alternativas. Finalmente, concibieron sus proyectos como participantes en la construcción de una tradición compleja y diversa que luchaba para mover a la sociedad más allá del capitalismo.
 
En este escrito voy a utilizar una interpretación particular de la teoría marxista para proveer una explicación de la crisis capitalista actual con énfasis en los Estados Unidos. En base a esta interpretación, ofrezco argumentos para una respuesta marxista a la crisis. Mi intervención y la de otros marxistas demuestran nuevamente lo fértil que es el terreno de la crítica inspirada en el trabajo de Marx. Estas intervenciones contribuyen para que se redescubran los recursos del marxismo para explicar y superar las instabilidades, costos sociales y limitaciones del sistema capitalista.
 
El capitalismo como un sistema con oscilaciones
 
Las economías capitalistas de todo el mundo exhiben un patrón recurrente de oscilación. Por un lado tenemos periodos donde las intervenciones limitadas del estado en los mercados y los arreglos de propiedad privada confrontan crisis que se manejan más o menos bien. Aun así, eventualmente llega una crisis que supera la capacidad de manejo del sistema. Es ahí donde ocurre una transición donde se ven relativamente más intervenciones económicas por el estado. Esta etapa a su vez confronta y maneja crisis menores para luego sucumbir ante una crisis que no puede contener. Es ahí donde se da una transición de vuelta a un periodo de menor intervención económica por el estado. Lo que es similar en ambos periodos en este proceso de oscilación es la estructura capitalista de producción dentro de las empresas. Es allí donde un pequeño grupo supervisa la producción y venta de las mercancías producidas por un grupo grande de personas empleadas. Ese grupo pequeño se apropia y luego distribuye distribuye el plusvalor— el exceso del valor añadido por los trabajadores por encima de sus salarios— incorporado en esas mercancías.
 
Usaremos los términos “privado” y “estatal” para diferenciar estos periodos o formas del sistema capitalista. Así, por ejemplo, la crisis del 1929 del capitalismo privado en los Estados Unidos llevó a un capitalismo de estado con el Nuevo Trato del presidente Roosevelt. Eventualmente, durante la década de los 70, ese capitalismo de estado sufrió una crisis seria que provocó, nuevamente, una transición hacia un capitalismo privado. Este tipo de oscilaciones caracteriza a todos los capitalismos.
 
Dos teorías diferentes dentro de la corriente principal (no-marxista), y que están en contienda una con la otra, han dado explicaciones alternativas para las repetidas crisis del sistema durante el pasado siglo. Para cada crisis esa teorías proponen, como era de esperarse, soluciones diferentes y la crisis actual no es una excepción. La ideología hegemónica ha oscilado entre estas dos teorías al igual que el capitalismo has oscilado en sus dos formas.
 
Una de esas teorías, identificada como la teoría keynesiana, señala que la poca regulación, tanto de las empresas capitalistas privadas como de los mercados libres, tiene límites estructurales e imperfecciones que empujan, de manera periódica, a las economías capitalistas a periodos de inflación, recesión y hasta depresión. Esa teoría comprende que sin una intervención “desde afuera”, el capitalismo privado puede quedar en depresión o sufrir una inflación por un periodo tan largo como para generar una oposición masiva que podría amenazar al sistema mismo. La teoría económica keynesiana identifica esos mecanismos claves que producen la crisis en el capitalismo privado y recomienda varios tipo de intervenciones por el estado (por ejemplo, regulaciones y el uso de políticas monetarias y fiscales) para reducir la profundidad, duración y frecuencia de los mismos.
 
La otra teoría de la “mainstream” es asociada por los que la celebran con el pensamiento de Adam Smith, el pensador clásico que es considerado como el “fundador de la economía moderna”. La misma celebra al capitalismo privado (libre mercado y propiedad privada) como el sistema económico que mejor sabe generar la riqueza máxima posible y, por lo tanto, estabilidad social. En su forma “neoclásica”, esta teoría enfatiza cómo y por qué el capitalismo privado genera el “óptimo” de todos los posibles resultados. Cuando no se dan resultados óptimos, los economistas neoclásicos usualmente argumentan que los mismos son causados por intervenciones externas (por ejemplo, del estado) o violaciones de las reglas internas de la búsqueda del interés propio, la operación de la competencia en el capitalismo privado, etc. Es por eso que para ellos la mejor solución para los resultados sub-óptimos es el restablecimiento de reglas que faciliten la operación del capitalismo privado sin interferencia externa.
 
Los economistas neoclásicos acusan a las intervenciones de estado inspiradas en el keynesianismo de propiciar de manera inevitable los errores de los reguladores, la manipulación política de los mercados y a su vez los resultantes problemas de ineficiencia, inflación, estancamiento y estanflación. Argumentan que los oficiales del estado no pueden reemplazar o mejorar de manera eficiente el mecanismo de operación del libre mercado. Estos mismos economistas insisten que el libre mercado puede acomodar y organizar la infinidad de información de las distintas demandas y ofertas de manera mucho más eficiente que el estado. Por el otro lado, los keynesianos se burlan de los economistas neoclásicos por su oposición a las intervenciones de estado que son esenciales para sostener y preservar ese mismo capitalismo que estos últimos apoyan.
 
Desde la década de los 70 hasta el año 2008, mientras los capitalistas privados hacían campaña en contra de las intervenciones de estado a nivel nacional e internacional que restringían sus ganancias, los economistas neoclásicos renovaron y extendieron su teoría bajo la rúbrica del “neoliberalismo”. Desbancaron la anterior dominación del keynesianismo, tanto en la política pública como en la academia, que había emergido y dominado desde las Gran Depresión de los 30. Y es que estos economistas siempre habían atacado al keynesianismo desde los tiempos del Nuevo Trato de Roosevelt por haber distorsionado y aguantado al crecimiento económico, y a su vez haber promovido el conflicto social (a veces llamado “guerra de clases”). También trataron de restituir la utopía neoclásica: la visión de que la propiedad privada y el mercado libre garantizarían el aumento en los ingresos del capital y los trabajadores, crecimiento que evitaría el conflicto de clases.
 
En ese mismo periodo de tiempo la desregulación y privatización de los mercados se convirtió en el principio dominante de los sectores empresariales, políticos, de prensa y la academia. La economía neoclásica se convirtió, al igual que en el periodo anterior a la Gran Depresión, en la forma “correcta” de la economía moderna. Se deshizo del keynesianismo como error teórico. Los que siguieron en la onda keynesiana vieron sus avances profesionales bloqueados. El modelo para la extrema intolerancia y las hostilidades entre las escuelas teóricas dominantes fue la supresión conjunta que ambas escuelas hicieron de las teorías y economistas marxistas desde la década de los 40.
 
Finalmente, desde los 70 hasta el 2008 las ganancias corporativas incrementaron gracias a los aumentos en productividad que coexistían con salarios reales estancados. Dado que esto coincidió con los cambios hacia políticas de tipo neoliberal, los economistas neoclásicos de inmediato identificaron las mismas con el auge económico experimentado en las décadas de los 80 y 90. Sin embargo, con el paso de los años, esta economía relativamente más privatizada también exhibió una distribución desigual del ingreso y la riqueza, factores asociados con la explosión de la deuda y el riesgo de nuevos instrumentos crediticios basados en la misma. Eventualmente, las burbujas en los mercados de bienes raíces, accionarios y de crédito, se desinflaron como habían pronosticado los críticos keynesianos y marxistas.
 
El nuevo milenio hizo su debut con el desplome del mercado accionario en la primavera del año 2000, y unos años después la caída estrepitosa en las tasas de interés (orientadas para limitar los efectos de recesión del desplome) condujeron a la creación de una burbuja en el mercado de bienes raíces que explotó, llevando a una crisis de liquidez y crédito. La profunda recesión que siguió en el 2007 amenaza en convertirse en una depresión de grandes proporciones y los economistas neoclásicos se han puesto a la defensiva mientras que los economistas keynesianos resurgen desde su exilio ideológico, con conversiones de la primera posición a la segunda también dándose.
 
El mensaje keynesiano sigue siendo que las intervenciones de parte del estado deben salvar al capitalismo de su propia forma privada. Esto es, nuevamente, el conocimiento aceptado hoy en día. En la actual crisis aquellos que siguen siendo economistas neoclásicos arriesgan en convertirse en propulsores del fallido paradigma de ayer. Sin embargo, si las intervenciones de tipo keynesianas que comenzaron con el gobierno de Bush y que fueron continuadas y extendidas por el de Obama llevan a un capitalismo de estado, el mismo se enfrentará también a una crisis. Esas crisis entonces prepararán el escenario para una nueva oscilación a una forma más privada de capitalismo y la hegemonía asociada con la teoría económica neoclásica.
 
Ambas posturas sufren de un profundo conservadurismo en cuanto al capitalismo, siendo el debate sobre la intervención estatal el eje de su controversia. Cada una presume la necesidad absoluta (y nunca cuestiona) la estructura capitalista de producción: un pequeño grupo de patronos— típicamente una junta de directores designada por los grandes accionistas— que contrata y controla, vía su equipo gerencial, un grupo distinto y de mayor tamaño (trabajadores) que producen excedentes apropiados por los patronos. La oscilación entre las dos formas de capitalismo, y entre las dos teorías convencionales, evitan que las crisis dentro del capitalismo se conviertan en crisis sobre el capitalismo en sí, donde la forma de organizar la producción capitalista sea el eje de discusión. Este movimiento oscilatorio da forma y limita el debate público cuando las crisis capitalistas causan inmenso sufrir social. Limita el debate sobre soluciones sociales a si debe haber más o menos regulación, más o menos políticas monetarias y fiscales, y así por el estilo. Esa gama de opciones evita que el público imagine y discuta la solución alternativa que plantea el marxismo, enfocada en lograr una transición del capitalismo a otro sistema diferente.
 
Una alternativa marxista
 
Luego de varias oscilaciones entre las teorías neoclásica y keynesiana, las soluciones prometidas para “prevenir crisis futuras” parecen ser menos convincentes que nunca. El alcance y duración de la actual crisis profundiza las dudas sobre la teoría neoclásica. Y la teoría keynesiana, aun con su iniciativa para llenar el hueco dejado, también sufre del mismo escepticismo. Es en este contexto que espacios se abren para al redescubrimiento y consideración del marxismo dado las distintas explicaciones que da para la crisis y las posibles soluciones no-capitalistas.
 
La teoría económica marxista que utilizamos— y su aplicación a la crisis actual— está presentada en detalle en otros trabajos (Resnick y Wolff, 1987, 2006). La usaremos aquí para explicar las causas de la crisis y para ofrecer una posible solución que contrasta radicalmente con las alternativas neoclásicas y keynesianas.
 
La crisis a la cual nos enfrentamos tiene profundas raíces en los 125 años previos de historia de los Estados Unidos. Desde los 1870 hasta los 1970, dos tendencias económicas claves moldearon al sistema: los salarios reales aumentaron 1.3% por año mientras que la productividad promedio de los trabajadores aumentó un poco menos del 2% por año. Para ese siglo, los trabajadores disfrutaron de una calidad de vida creciente financiada principalmente por unos salarios que iban en ascenso. Al mismo tiempo los capitalistas se apropiaron de un creciente excedente/plusvalor (porque el valor añadido al producto final por trabajador aumentó más rápidamente que el valor de los salarios pagados a esos mismos trabajadores). La brecha social entre trabajadores y capitalistas creció pero no presentó un problema político mientras los trabajadores estuviesen satisfechos con unos salarios reales que iban en aumento.
 
El siglo anterior a la década de los 70 puede entonces considerarse como un éxito para el capitalismo norteamericano. Los aumentos en la plusvalía para el capital fueron distribuidos de manera efectiva para contribuir a desarrollar las condiciones para su continuo aumento. Esos excedentes fueron la base para desarrollar nuevas tecnologías, pagar impuestos para financiar desarrollo infraestructural y la educación pública, para lograr fusiones y adquisiciones corporativas que facilitaran economías de escala, etc. A su vez, los trabajadores se enfocaron en su propio consumo, que iba creciendo y estaba basado en sus salarios que iban en aumento. En fin, muchos terminaron identificándose más como consumidores que como trabajadores y el consumerismo terminó convirtiéndose en una fuerza ideológica y social poderosa. Las uniones se alinearon con esta ideología al definir sus metas en términos de facilitar más consumo a través de mejores pagos en vez de lograr cambios sociales fundamentales. Al final, el excepcional “éxito” del capitalismo norteamericano reflejó, pero también dependió, del crecimiento en los salarios reales, combinado con un aumento más rápido en la productividad.
 
Sin embargo, el éxito tiene sus costos. Mientras los excedentes apropiados por los capitalistas crecían más rápido que los salarios, la disparidad económica creada contribuía a marcadas diferencias en las brechas culturales y políticas. Ese siglo antes de los años 70 había formalizado e institucionalizado a los procesos políticos como meros ejercicios electorales donde el dinero imponía su orden sobre las burocracias para servir los intereses del capital. Por otro lado diferencias culturales distanciaban más y más a la creciente masa de trabajadores de una elite de capitalistas corporativos multinacionales, sus accionistas, y su mejor pagado personal “profesional”.
 
Los peligros de la profundización de las divisiones sociales fueron pospuestos por la combinación de los aumentos en consumo personal y el consumerismo en general. La cantidad y calidad del consumo se convirtieron en la nueva vara para medir los logros y hazañas personales. El aumento en el consumo también compensó por el trabajo más exigente que se esperaba del trabajador (la “otra” cara de los aumentos en la productividad). El nacimiento y extraordinario crecimiento de la publicidad y el mercadeo moderno también contribuyó y reforzó la cultura de consumerismo (Ewen, 2001) y a su vez retó la imagen religiosa de norteamericano al punto que provocó innumerables sermones atacando la obsesión de la sociedad con los valores materiales en vez de los espirituales. Aun así, el crecimiento del consumerismo continuó y se convirtió en el pegamento social necesario para conectar a los trabajadores y capitalistas a través de todas las brechas sociales que aumentaban a su alrededor.
 
Comenzando en la década de los 70, la larga fórmula de éxito terminó de funcionar. El aumento en los salarios reales en los Estados Unidos se detuvo mientras la productividad seguía en aumento (ver la tabla de abajo). En otras palabras, lo que los trabajadores le entregaban a sus patronos (productividad) aumentó mientras que lo que los patrones le entregaban a sus trabajadores (salarios) no creció. Esa creciente disparidad generó aumentos en las ganancias y en las desigualdades entre ingresos y riquezas.
 
Los patronos capitalistas ya no tuvieron que pagar aumentos en los salarios por 4 razones principales. Primero, la automatización: la revolución de la computadora comenzó a desplazar a millones de trabajadores en los 70. Segundo, las corporaciones norteamericanas respondieron a la creciente competencia por parte de Europa y Japón moviendo su producción fuera de los Estados Unidos a lugares donde los salarios eran comparativamente más bajos. Estos desarrollos frenaron y cambiaron la composición (de la manufactura a los servicios) de la demanda de trabajadores dentro de los Estados Unidos. Tercero y cuarto, el movimiento masivo de mujeres dentro del hogar a posiciones salariales y la creciente inmigración desde América Latina aumentó el número de personas buscando empleo. Estos desplazamientos de la oferta y demanda en el mercado laboral posibilitaron que los patronos dejaran de aumentar los salarios reales de sus trabajadores.
 
Más importante aún es la realización de que el fin del crecimiento de los salarios reales significó el final de una era en la historia de los Estados Unidos. El impacto social de ese fin no puede ser exagerado y es que en el siglo previo (de los 1870 a los 1970) ese capitalismo se definió, celebró y defendió así mismo en términos del aumento en el consumo facilitado por alzas en los salarios que ahora no se podían lograr. El significado e implicaciones de este cambio no fueron socialmente reconocidos y mucho menos discutidos y debatidos. En su lugar, los trabajadores experimentaron el fin del alza en sus salarios como una falla individual y personal en vez de verlo como un fenómeno socio-histórico.
 
La explosión en plusvalía y ganancias apropiadas por los capitalistas que se dio en el periodo posterior a la década de los 70 transformó al capitalismo estadounidense en múltiples maneras. Grandes cantidades de riqueza fluyeron a las cuentas financieras capitalistas, lo que contribuyó al incremento en su riqueza, poder e influencia social. Juntas de directores distribuyeron estos excedentes en parte a ellos mismos (como salarios gerenciales, beneficios y bonos) y justificaron tales distribuciones al conectar el aumento en ganancias, no con el fin del aumento en los salarios reales, sino con su propio genio (los CEO adquirieron estatus de celebridad). Las juntas corporativas distribuyeron otra parte de esos excedentes a distintos gerentes en posiciones menores como parte de su remuneración y gastos en costos operacionales, a banqueros (intereses y cuotas), accionistas (dividendos), abogados, anunciantes, etc. Todos estos grupos prosperaron durante este periodo dado los aumentos en plusvalía, mientras que la masa de trabajadores encontró su vida más difícil al estar sus sueldos estancados.
 
Esas familias de trabajadores se encontraron con una decisión que tomar. Podían haber decidido no consumir tanto dado que no tenían los ingresos para sostener esos niveles anteriores de consumo, pero eso no fue lo que hicieron. Aumentos en el consumo eran parte de la realización de los deseos personales, el reflejo del éxito social, el premio por trabajar duro, y la promesa a los hijos que tenía que cumplirse. Cuando los salarios dejaron de subir, los trabajadores respondieron con dos formas para sustentar incrementos en su consumo.
 
Primero, con unos salarios estancados, los hogares de trabajadores enviaron más miembros a trabajar para obtener más horas pagadas. Los esposos trabajaron más mientras que los adolescentes y personas mayores de edad cogieron trabajos a medio tiempo. Más importante aún, millones de amas de casa y madres entraron al mercado laboral. Estas respuestas ayudaron a las familias a aumentar sus ingresos familiares, pero por otro lado, al aumentar la oferta de personas buscando trabajo, en general socavaron los salarios.
 
El aumento en las horas pagadas por más miembros de la familia también impuso costos individuales y sociales adicionales. Las mujeres se vieron desempeñándose en dos trabajos a tiempo completo, tanto fuera como dentro del hogar (Hochschild, 2003). La tensión añadida de este doble turno alteró y causó tensiones en las relaciones dentro del hogar. El soporte emocional que integró y sostuvo a las familias tradicionales, uno mayormente ejecutado por mujeres, fue comprometido cuando las esposas añadieron horas extra de trabajo a sus tareas. Los divorcios aumentaron desde los años 70 en adelante en conjunto con otros signos de creciente enajenación y tensión (por ejemplo, dependencia de drogas, abuso en el hogar, etc.). El dinero que entraba al hogar gracias a la labor femenina en el mercado laboral terminaba filtrándose dado los costos asociados con sus nuevos trabajos (por ejemplo con la transportación hacia y desde el trabajo, la compra de comidas, gastos de limpieza, cuido de niños, medicinas, etc.) por lo que se reducía la contribución neta que buscaba aumentar el consumo del hogar.
 
Otra manera para financiar el consumo tenía que encontrarse y la solución fue la deuda familiar. La Reserva Federal informa que la deuda familiar total en 1974 fue de $734 mil millones mientras que en el 2006 había aumentado a $12.8 billones. Esta explosión en deuda que se dio en 30 años no tiene precedente histórico. Los trabajadores agotaron sus ahorros e incurrieron en deudas que seguían aumentando. Para el año 2007, los trabajadores y trabajadoras en Estados Unidos estaban exhaustos por sus largas horas, emocionalmente agobiados por la desintegración de sus familias y hogares, y extremadamente ansiosos por los niveles sin precedente, y para millones de ciudadanos, insostenibles de deuda.
 
Estas maneras que se dieron en el periodo post 1970s de exprimir a los trabajadores norteamericanos financiaron una prosperidad sin precedentes para los capitalistas estadounidenses. Ellos y sus asociados gozaron de una nueva era “dorada”. La riqueza extrema personal entre ellos se convirtió en el foco de adulación de los medios y la prensa, cosa que contribuía a cultivar envidia. Los Estados Unidos de finales del siglo 20 reproducía lo que para los Rockefeller, Carnegie y demás de su tipo habían logrado al final del siglo anterior. Las juntas de directores corporativas ahora podían gastar de forma extravagante en la computarización, investigación y desarrollo, y en el costoso traslado de producción a facilidades en el extranjero. También fueron generosos con los políticos, a quienes lubricaron para obtener mejor control del gobierno a todos los niveles, mientras que los salarios estancados y problemas en el hogar llevaron a muchos a retirarse de sus labores cívicas para concentrarse en sus trabajos y familias. Es así que los capitalistas pudieron hacer del gobierno una institución que fuese más responsiva a sus necesidades de expandir las condiciones para su rentabilidad (baja de impuestos, cambio tecnológico, inmigración, exportación de trabajos, etc.). Muchos trabajadores entonces terminaron sintiéndose más enajenados de la política y resentidos con los políticos.
 
La explosión de una riqueza concentrada en pocas manos alimentó el rápido crecimiento de empresas especializadas en manejar esa riqueza buscando inversiones rentables para la misma. Bancos de inversión, fondos de cobertura, y demás instituciones competían por una clientela de individuos de “alto valor”. Descubrieron, inventaron y mercadearon nuevos instrumentos financieros como formas para invertir y obtener ganancias. Como ha ocurrido frecuentemente en la historia del capitalismo, cuando las ganancias aumentan, el manejo competitivo de la riqueza terminó deslizándose hacia una especulación alimentada por la euforia de la creciente riqueza. La búsqueda por mayores rendimientos llevó a esos que manejaban y controlaban las riquezas a tomar mayores riesgos financieros, un proceso que se auto-convalidaba y se auto-reforzaba.
 
Algo sintomático sobre las profundas divisiones en la sociedad estadounidense fue que una de esas especulaciones financieras estaba dirigida a prestarles a altas tasas de interés a las familias de clase trabajadora. Como notamos anteriormente, muchas de estas familias estaban dispuestas a coger prestado para sostener su “sueño americano” de disfrutar un mayor consumo luego de que sus salarios dejaron de aumentar. Los llamados préstamos hipotecarios de alto riesgo (“subprime mortgages”), hechos a esas familias con todo y el gran riesgo que implicaban, eventualmente castigaron a los prestamistas cuando los solicitantes de esos préstamos incumplieron sus pagos. Las familias trabajadoras no podían trabajar y ganar más, coger más prestado, o saldar sus deudas. El arreglo financiero entre bancos, fondos de cobertura y aseguradoras— lo que en efecto era un castillo de naipes— terminó derrumbándose. Los salarios estancados que habían facilitado el auge capitalista retornaron para explotar la burbuja de inversión capitalista. Marx hubiese dejado pasar la ironía y las personas que ahora redescubren a Marx están intrigadas tanto por esa ironía como por la perspicacia de su análisis.
 
 
Contradicción y Crisis
 
En el lingo marxista, los intereses opuestos entre trabajadores y capitalistas (i.e. estructuras y luchas de clase) fueron influencias claves en el estancamiento de los salarios que se dio luego de los 70 y que lanzó la trayectoria de la crisis. A su vez, los intereses contrarios entre capitalistas vía la competencia llevaron a que los mismos buscaran más y nuevas oportunidades para invertir sus excedentes en actividades rentables, cosa que desembocó en muchos casos en mucho más riesgo de su parte. La innovación financiera se transformó en una peligrosa especulación que a su vez también contribuyó a que se diera la crisis.
 
El festejo capitalista que se dio luego de los años 70, mientras el sistema les traía inmensas cantidades de riqueza, fue uno provocado por las nuevas condiciones en las que estos, en vez de pagarles salarios más altos a sus trabajadores como lo habían hecho en los cien años previos, ahora les prestaban más dinero, lo que para los efectos podría verse como un nirvana capitalista. Sin embargo, prefirieron creerse la historia de que su habilidad empresarial y la operación de mecanismos enfocados en la eficiencia del capitalismo privado, combinados con el libre mercado, eran la fuente de su riqueza. Para ellos y sus seguidores ideológicos, sus elevados niveles de riqueza demostraban que un sistema capitalista privado y no regulado era superior a cualquier alternativa que se pudiese concebir. Mientras los buenos tiempos del capital seguían, los grupos que financiaban, como los políticos, los medios de comunicación y la academia, afirmaban y formalizaban tales creencias.
 
La teoría marxista ofrece las siguientes tesis básicas sobre la raíz de la crisis actual: (1) el fin del aumento en los salarios fue una realidad dura en la que se cimentaba la prosperidad basada en deuda que se dio a partir de los años 70, y (2) el beneficio de los capitalistas fue basado en pérdidas para los trabajadores. Estas dos tesis fueron consideradas inaceptables e ignoradas en el largo periodo post 1970 pero el cansancio, tensión y deuda de la clase obrera, más las pobres decisiones de inversión y especulación de parte de los capitalistas que contribuyeron con la crisis, han comenzado a derrumbar el triunfalismo capitalista. Es en este contexto que el retorno del análisis marxista fue en parte un efecto y ahora es una causa de ese derrumbe.
 
Una solución marxista
 
La combinación de salarios estancados (si es que no están cayendo) coexistiendo con aumentos en la productividad siempre son desiderata de los capitalistas en su eterno conflicto con los trabajadores productivos. Cuando han logrado esas condiciones deseadas, los resultados siempre han implicado una creciente desigualdad en la riqueza y los ingresos, aumentos en la especulación financiera, y burbujas que estallan en crisis. Y es así en el presente nuevamente.
 
Los economistas neoclásicos y sus aliados insisten, como siempre, que las causas de la crisis actual se pueden localizar en las intervenciones de un ignorante, corrupto y malintencionado gobierno en las actividades del capitalismo privado. Su solución es, pues, regresar a un capitalismo privado lo antes posible. Desafortunadamente para ellos fueron los grandes capitales privados quienes buscaron en el gobierno ayudas masivas e intervenciones para subsanar la crisis. Es así que, desde el 2008, los argumentos neoclásicos fueron perdiendo fuerza en comparación con la posición dominante que gozaban en el último cuarto de siglo al muchas personas verlos como estando divorciados de la realidad.
 
Con la elección de Obama, keynesianos moderados y sus aliados llegaron al poder y en cierta forma han logrado recobrar parte de la influencia social que habían tenido antes de los 70.1Los mismos arguyen que la desregulación y falta de intervención gubernamental fueron las grandes causas de la crisis, y que la solución radica, precisamente, en regresar a la regulación y la intervención. El problema es que ellos, al igual que los economista neoclásicos, confrontan serias dudas y problemas. Por un lado tenemos a un público que está enajenado políticamente y que tiene sospechas y dudas sobre el gobierno como tal. Por otro, la historia misma de la respuesta keynesiana a la última gran crisis del capitalismo en la década del 30 pone en duda su eficacia.
 
FDR instaló sistemas de regulación, programas de gasto, e impuestos sobre el capital norteamericano en los años 30 tratando de terminar con la Gran Depresión. Pero es un hecho que su intento no tuvo éxito; sus políticas económicas nunca resolvieron el problema del desempleo. Fueron otros tipos de políticas, asociadas con la preparación para la guerra y la guerra misma, las que finalmente terminaron con el desempleo masivo. Las regulaciones, impuestos, y gastos asociados con el Nuevo Trato sí contribuyeron a suavizar el azote de la Gran Depresión, pero sólo en parte. FDR había prometido que sus intervenciones contribuirían a prevenir otras caídas en el futuro, pero la experiencia de los Estados Unidos contiene una docena de recesiones económicas luego de la década de los 30, culminando en la de hoy en día, a la que frecuentemente se le identifica como la Gran Recesión.
 
El marxismo ofrece una explicación única sobre los límites y fallos de las políticas keynesianas. A su vez propone una solución que también es alternativa a la propuesta de regresar al capitalismo privado que plantean los neoclásicos. Y es que la creciente atención que tienen los análisis y propuestas marxistas refleja su status como alternativas serias tanto a las propuestas neoclásicas como a las keynesianas.
 
Las regulaciones, gastos e impuestos del Nuevo Trato en muchas ocasiones pusieron límites a las formas y medios que utilizaban los capitalistas para buscar sus metas. Sin embargo, esas intervenciones gubernamentales en la economía norteamericana nunca cambiaron la estructura capitalista que imperaba dentro de la producción donde el capitalista era el que mandaba. Todavía seguían siendo ellos los que decidían qué, dónde, y cómo producir. También eran ellos los que se apropiaban de la plusvalía para luego distribuirla. Sus empleados vivían con las consecuencias de esas decisiones pero no participaban en el proceso de su desarrollo o control. Este tipo de estructura existía también dentro de las empresas del estado que fueron establecidas en ese tiempo (por ejemplo, la Tennessee Valley Authority).
 
Los patronos dentro de las empresas capitalistas privadas—organizados en su mayoría como una junta de directores escogida por los accionistas mayoritarios— se vieron enfrentados a la competencia de otras empresas y demandas de sus accionistas, recolectores de impuestos del gobierno, acreditadores, gerentes, suplidores, etc. Esas presiones podían ser contenidas o manejadas de mejor forma mientras más grandes fuera la plusvalía extraída. Es por eso que las juntas de directores tenían todo tipo de incentivo para evadir, debilitar y desmantelar las imposiciones que había hecho el gobierno con el Nuevo Trato, imposiciones que afectaban su capacidad para apropiarse de mayores cantidades de plusvalor, o como ellos decían, las limitaciones que imponía el gobierno sobre sus ganancias y libertad para buscar su propio crecimiento.
 
Más importante aún, esas juntas de directores que se apropiaban de la plusvalía generada dentro de sus empresas entonces contaban con los recursos para evadir, debilitar y desmantelar al Nuevo Trato. De hecho, eso fue lo que los capitalistas hicieron comenzando en los 30, proceso que luego intensificaron luego del final de la guerra en el 1945, y que finalmente llevó a un asalto directo de lo que quedaba del Nuevo Trato en los 70.
 
Dado esta historia, el uso que hace Obama de políticas de corte keynesiano supone dos preguntas que no se pueden escapar. Primero, ¿por qué utilizar ese tipo de intervención cuando las mismas solo funcionaron de manera parcial? Segundo, dado que las corporaciones acumularon experiencia en controlar, evadir y destruir las intervenciones del estado, ¿no van a lograr los mismos resultados pero aún más rápidamente en esta ocasión? Aquellos que postulan estas preguntas y pierden confianza en las políticas anti-crisis de corte keynesiano en algún momento se encuentran con los análisis y alternativas de tipo marxista.
 
La respuesta marxista a las crisis capitalistas recurrentes no es una basada en la oscilación hacia un capitalismo privado (la solución neoclásica) o hacia un capitalismo de estado (la solución keynesiana). No favorecería un tipo de capitalismo sobre otro. La alternativa marxista a las crisis capitalistas sería la de cambiar y movernos más allá del sistema capitalista en base a que podemos y debemos hacer mejor. Dado que las visiones tradicionales del socialismo “realmente existente” se enfocan en las dimensiones a nivel macro, nuestro argumento, en contraste, va a subrayar el nivel micro, lo que significa que vamos a enfocarnos en una transición hacia una organización de la producción, apropiación y distribución de los excedentes (plusvalor) dentro de la empresa que no tenga forma capitalista.
 
La meta de esta alternativa es que los trabajadores estén en la posición colectiva de recibir los excedentes que producen dentro de la empresa, lo que los colocaría en la posición para distribuirlos. Para los efectos, estos trabajadores podrían concebirse como su propia junta de directores, una que sustituiría a la junta de directores tradicional que es elegida por y responde a los accionistas mayoritarios. Esto eliminaría la inherente confrontación entre trabajadores y capitalistas. Los trabajadores que se conviertan en su propia junta de directores van a alterar qué, dónde y cómo producir y a su vez harían decisiones sobre las distribuciones de los excedentes de la empresa. Si las “empresas de autogestión trabajadora” hubiesen prevalecido en la economía norteamericana en los 70, es posible pensar que los salarios reales no se hubiesen quedado estancados, ni que la exportación de trabajos hubiese aumentado, o que se hubiesen adoptado nuevas tecnologías en el sitio de trabajo que ponen en riesgo la salud. Y estos son sólo algunos de los ejemplos.
 
Este tipo de cambio sería un gran paso inicial hacia la democratización de la economía en general.iiiLa democracia económica primero requeriría que en cada empresa los trabajadores productivos tomarían las decisiones de forma colectiva. Otro paso que seguiría sería que se extendiera la democracia económica al integrarla con las organizaciones comunitarias democráticas (locales, regionales, etc) para que trabajen de manera interdependiente con cada empresa. Los trabajadores y residentes entonces compartirían el poder democrático sobre los productos y excedentes producidos y distribuidos por cada empresa, al igual que aplicarían ese poder a las instituciones públicas, a las reglas de comportamiento, etc.
 
Este tipo de política de corte marxista eliminaría al capitalismo al nivel micro de la empresa al alterar fundamentalmente la estructura de clase. Esto contrasta con el “otro” del capitalismo, el socialismo tradicional, que se enfocaba en la dimensión macro de tratar de trascender al capitalismo—por ejemplo, haciendo cambios en la mezcla público/privada del control de la propiedad productiva y cambios en la mezcla mercado/planificación para la distribución de recursos y productos. Nuestro punto es que el socialismo tradicional echó a un lado las dimensiones micro y nuestra visión para el siglo 21 presume que, para ser exitosos, esas transformaciones a nivel macro tienen que estar ancladas en transformaciones a nivel de la empresa donde los trabajadores se apropien y luego distribuyan de manera colectiva los excedentes que ellos mismos producen.
 
El cambiar la estructura de clase no va, de ninguna manera, a eliminar las contradicciones o siquiera las crisis de la economía. Las crisis han ocurrido en sociedades pre-capitalistas y ocurrirán en sociedades post-capitalistas. Sin embargo, las mismas serán diferentes, serán comprendidas de otras formas, y provocarán distintas respuestas dependiendo de las distintas estructuras de clase prevalecientes en ese contexto. Por ejemplo, si los trabajadores en los Estados Unidos hubiesen sido su propia junta de directores, es posible que en los años 70 sus salarios reales no hubiesen parado de crecer. En el caso más importante y general, la extensión de la democracia implícita en una transformación post-capitalista promete que las reglas económicas, regulaciones, adjudicaciones de disputas, distribución de los beneficios y costos sean más equitativas que lo que existe hoy en día. Promesas y metas similares estuvieron detrás de movimientos democráticos desde la Revolución Francesa, y hoy en día motivan el movimiento a favor de la democracia económica, cuya ausencia ha ido en detrimento de la democracia política que vemos en su versión formal pero no sustantiva.
 
La meta del marxismo del siglo 21 es la de finalmente lograr que lo anterior se haga realidad al cimentarla con la democracia económica en el lugar de trabajo. La crisis capitalista sostenida que ahora nos impone enormes costos sociales a nivel global a su vez también reta las oscilaciones entre los paradigmas neoclásicos y keynesianos. Esto abre espacios y oportunidades y empuja el redescubrimiento del marxismo y su crítica del capitalismo en los niveles macro y micro. En fin, las alternativas teóricas y prácticas que ofrece la tradición marxista están nuevamente siendo parte de los debates internacionales sobre el cambio social.
 
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1“Moderados” porque habían sido intimidados por la hegemonía neoclásica que se dio en el periodo post-1970. En comparación con los keynesianos de la época que va desde Franklin Delano Roosevelt a Lyndon Johnson, estos keynesianos son mucho menos agresivos y mostraron su “centrismo”, primero como consejeros de la administración Clinton y luego de nuevo con la de Obama. Por ejemplo, a diferencia de FDR y Johnson, las propuestas de estos últimos keynesianos no incluyeron programas comparables de gastos gubernamentales orientados a los trabajadores promedio (por ejemplo, la expansión en trabajos y servicios públicos).
i Refiérase a la discusión superficial de Christopher Hitchens (2009).
ii Para una exposición sistemática de las diferencias significativas entre los principales paradigmas actuales dentro de la economía, vea Wolff y Resnick (2012).
iii Para una exposición más completa del argumento sobre la transición a las “empresas de autogestión trabajadora”, véase Wolff (2012). El portal cibernético democracyatwork.info también contiene una rica colección de documentos sobre este tipo de empresas.

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  • Betsy Avila
    published this page in Updates 2016-04-22 15:31:34 -0400

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